lunes, 12 de marzo de 2012

Gruñones

Al poco de nacer, y pasado el tiempo preceptivo en el que somos una bola a la que pellizcar y felicitar cada vez que eructa, los padres tienen la difícil tarea de transformarnos en seres humanos. Para ello nos corrigen permanentemente. Al ser la tarea muy pesada, pocos años después se unen los profesores que, mientras nos educan, también nos intentan transformar en algo más que bultos sospechosos.
Luego, en la adolescencia, aparece la novia/o que, una vez pasado el tiempo prudencial de acoplamiento (de la pareja, se entiende), nos corrige de los pequeños defectos que tenemos. A tu pareja añádase al amigo/a que ha madurado antes que tú e intenta ponerte a su nivel.
Creces y, si tienes suerte, encuentras un trabajo. Ahí se une al carro el jefe. Este te regaña, corrige y toca las narices por instinto.
A todos estos, hay que añadir al hermano mayor, la tía soltera ….
Y, cuando creías que nadie se iba a subir al carro, tenemos un nuevo integrante de tus educadores perpetuos. El político regañón.
Este nuevo espécimen ha nacido hace poco. Su función consiste en legislar y al mismo tiempo decirnos que las medidas que toma las hace por nuestra mala cabeza. Nos trata como a niños a los que hay que educar explicándoles todas las cosas que haces mal. Y por la cantidad de regañinas que nos estamos llevando últimamente, parece que hacemos muchas cosas mal. Pues bien, se acabó.
A partir de hoy juro solemnemente que no voy a permitir a nadie que me diga si lo que hago está bien o mal. A nadie. Nadie en este mundo tendrá derecho a corregirme. Mis errores serán míos y no objeto de debate de medio mundo. Nadie tendrá el derecho de regañarme. Nadie en el mundo…
Bueno, quizá a mi mujer sí la deje, ella lo hace por mi bien. Y a mi madre también, no vaya a fastidiarle la diversión, bueno y a mi jefe, total, él no iba a dejar de regañarme… Por otro lado mis amigos lo hacen con cariño, así que también les dejaré, y el perro del vecino me ladra, pero es porque paso cerca de la puerta así que tampoco podré evitarlo. El kiosquero tiene toda la razón, no puede ser que le pida que me guarde la cartilla del periódico y luego no aparezca en dos semanas.
Mi médico de cabecera no me regaña a mí, es más bien regañar a mi genética, así que no cuenta. Al panadero tampoco lo cuento, nos regañamos a medias. Con mi vecino también es mutuo y además relaja, en el fútbol es lógico que tus compañeros te griten y tú a ellos, al taxista de la estación le jode que le hagas llevarte a cien metros y te lo tendrás que comer, y a la de la carnicería o la matas o te aguantas que te regañe.
El policía que grita que tires está haciendo su trabajo, el dentista lo hace, pero por cuidar tu salud dental, lo que no es normal es que pise justo cuando ha terminado de fregar la mujer de la limpieza, así que también tiene su lógica y…
Bueno, mira, porque se suba uno más al carro tampoco nos vamos ahora a romper las vestiduras. Sean bienvenidos los políticos gruñones.
Total, les pienso hacer el mismo caso que al perro de mi vecino…

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