viernes, 16 de marzo de 2012

Mi pesadilla

La conocí mucho más delgada.
No es que estuviera prendado de ella, pero, a medida que me hacía mayor, más me daba cuenta de que, si evidentemente no era amor, sí era necesidad. La necesitaba.
Luego, durante años, convivimos juntos, y admito que nunca le hice demasiado caso. La usé y punto, sin preocuparme demasiado por las consecuencias de mis actos. No me culpo por ello, en esa época, todos somos bastante insensibles, miramos más para nosotros mismos.
Después ya sabéis lo que pasó.
Se fue haciendo gorda, cada vez más gorda, gordísima. Se transformó en un ser deforme al que seguía necesitando. La seguía usando igual o más que cuando no era así.
Ahora es un monstruo irreconocible, que me asfixia, que me obliga a vivir prácticamente para ella, que no tiene piedad de mí, quizá en venganza por los años en los que la usaba y la ignoraba a partes iguales.
He intentado librarme, he buscado alguna salida, algo que me haga respirar de nuevo. Lo he hablado con amigos que, curiosamente, están en mi misma situación, pero no es posible. Mi vida está organizada en torno a ella, y no sé cómo salir de ese círculo vicioso.
Hace tres días que no la veo, pero no me engaño, aunque quizá gane una pequeña batalla, la guerra siempre la perderé. Mañana no podré evitar ir a verla. Y a usarla.
Conozco a muchos en una situación parecida, pero no es consuelo, la verdad.
Personalmente, la que uso es la súper de 95 octanos. Otros usan diésel, no importa el nombre, todos somos cautivos de ella.
Ya que voy, compraré leche que se está acabando

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